El castillo de Neuschwanstein se construyó en una época en que los castillos y las fortalezas ya no eran necesarios desde el punto de vista estratégico. Nació como una pura fantasía romántica, una composición de torres y muros que pretendía armonizarse con las montañas y los lagos. Capricho excesivo para algunos, homenaje a la imaginación para otros, combina eclécticamente varios estilos arquitectónicos y su interior alberga múltiples piezas de artesanía no menos fantásticas. Su diseño no es funcional, sino estético, siendo en buena medida el producto de la mente de un escenógrafo teatral.
Por dentro, además de continuas referencias a leyendas y personajes medievales como Tristán e Isolda o Fernando el Católico, contiene una completa red de luz eléctrica, el primer teléfono móvil de la historia (con una cobertura de seis metros), una cocina que aprovechaba el calor siguiendo reglas elaboradas por Leonardo da Vinci y vistas a los paisajes a los Alpes, incluyendo una cascada que el monarca podía contemplar desde su habitación.
El rey Luis II dejó la capital, Múnich, y se instaló permanentemente en el castillo en 1884 para supervisar su construcción. Ignoró las amenazas por parte de la banca extranjera de embargar sus propiedades, y en 1886 fue incapacitado. Murió ahogado en un lago cercano en extrañas circunstancias.
Los descendientes de Luis II vendieron el castillo al gobierno bávaro, pasando más tarde al alemán. La cantidad por la que fue vendido equivale a los ingresos anuales actuales que el castillo obtiene de los turistas que acuden a visitarlo.
El palacio es propiedad del Estado de Baviera, a diferencia del Castillo de Hohenschwangau, que es propiedad de Franz, Duque de Baviera. El Estado Libre de Baviera ha gastado más de 14,5 millones de euros en Neuschwanstein para el mantenimiento, la renovación y los servicios de visitantes desde 1990.
Neuschwanstein participó en la elección de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, pero no ganó.
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